Este es el capítulo primero de la serie que me lanzará a la fama. Aquí el Índice completo de la misma.
Lo primero, para los que no conozcan la palabra, la definición de la Real Academia de la Lengua Española.
Hay mucha gente que siente envidia de la gente guay. Algunos dicen “jo, me encantaría ser tan guay como Leonardo Dantés o Brad Pitt, siempre ligando y tal”. Otros dicen “tío, ser guay molaría mucho más que ser un pringao como somos nosotros, ¿no?”. Yo hace unos años pertenecía a ese gran grupo de pringadillos que envidian a la gente guay. Sin embargo, un día me miré al espejo y me dije a mí mismo gritándome como solo un afilador sabe hacerlo: ¡TÚ TAMBIÉN PUEDES SER GUAY, mequetrefe!
Tengo muchos defectos, probablemente incluso más que alguien que no tiene ninguno, pero lo cierto es que también tengo una gran virtud: mi cabezonería extrema. Yo diría que es incluso mi mayor virtud. Sí, es mi mayor virtud. No pocas veces la gente ha intentado convencerme de que ser cabezón es más bien un defecto, pero nadie hasta ahora lo ha conseguido. Incluso muchas de esas personas han acabado llorando pidiendo compasión debido a la charla que les he dado sobre las ventajas de ser cabezón. Puede que en realidad únicamente tenga una o dos razones para defender mi teoría, no lo niego, pero simplemente me las apaño para repetirlas hasta hartar a mi interlocutor.
Es precisamente debido a esa cabezonería extrema por lo que, cuando me dije TÚ TAMBIÉN PUEDES SER GUAY, me propuse no ceder en mi empeño hasta que supiese que había conseguido serlo.
Estaba claro que para lograr mi objetivo debería renunciar a mi intelecto y acentuar mi escasa superficialidad, para lo que a su vez sería necesario dejar de pensar tanto y actuar más, así que me concedí un último segundo de lucidez antes de sumergirme en las sombras del estilismo y la moda y anoté los puntos clave de mi transformación:
1 – Cancelar mi suscripción a “el maravilloso mundo de las mariposas”. Me costaría sangre, sudor y lágrimas después de más de tres años abonado, pero era más que evidente que ser un friqui de las mariposas no era muy “cool”.
2 – Cambiar de corte de pelo. Mi estilo consistía básicamente en cortarme el pelo cuando empezaba a tener problemas para escuchar a una persona que me hablase a dos metros de distancia. Esto debería cambiar de forma radical: había visto en un reportaje cómo a un tío guay le conocía su peluquero por el nombre de pila y se sabía toda su vida, lo que quería decir que el personaje ese iba por lo menos una vez al mes a retocarse el peinado. Seguramente sería necesario aplicar algún color llamativo a mi flequillo, pero eso se lo dejaría a mi nuevo peluquero de confianza.
3 – Visitar un gimnasio para algo más que para repartir propaganda. Al menos hasta un determinado límite que se encuentra por encima de los niveles de Arnold Schwarzenegger, resulta que cuanto más músculos tengas más guay eres, así que tocaría sudar un poco las camisetas regaladas de Zumosol dándole a las pesas y a la bicicleta estática.
4 – Nada de libros. Los tíos guays nunca se dejan ver cultivando el intelecto. Leer es aburrido y, sobre todo, barato. Lo que mola es escuchar música con unos cascos a ser posible bastante más grandes que tus orejas y con un reproductor guapo, guapo. Sería necesario ajenciarme los útiles necesarios, además de algún disco de moda.
5 – Cuidar el vocabulario. Debería utilizar expresiones actuales, decir tacos de vez en cuando y nunca jamás decir algo que alguien guay no pudiera entender. Palabras como "compensación", "redundancia" o "preservativo" deberían ser cosa del pasado.
6 – Vestir "bien". Ese "bien" no significaría ropa en buenas condiciones o de calidad, sino simplemente ropa a la moda. Iba a ser necesario conocer las marcas del momento y vestir con cosas medio rotas, pero no olvidando que esas tendencias podrían cambiar en cualquier momento obligándome a seguir a rajatabla el punto siguiente.
7 – Interesarme por la moda. Esto implicaría ojear revistas fashion, ir de compras sin comprar nada (simplemente mirar las novedades), hablar con mis nuevos amigos guays de la última marca de camisetas que han importado de New York, etc. Este punto sería probablemente el más duro de la colección, pero a la vez el más imprescindible.
- He aquí el boceto que realicé de mi transformación -
Fiel a mis métodos confeccioné acto seguido un plan de ataque. Leí y releí el plan preguntándome si aquello no iba a ser demasiado, pero ya era tarde para cuestionárselo. Me había propuesto ser guay y, gracias a mi amada cabezonería extrema, no había nada ni nadie en el universo que me pudiese hacer cambiar de opinión. Cogí el teléfono y marqué de memoria el número del Teclas.
- Teclas, soy yo. Hoy no voy a poder ir a tu casa a observar la granja de hormigas, vas a tener que hacerlo sin mí.
- Pero Extraño Desconocido...
- No me llames más Extraño Desconocido, Teclas. A partir de ahora me llamo... Don Guay.
- ¿Don Guay? ¿Pero ese no es el nombre del chino de al lado de tu casa?
Colgué sin despedirme, decidido a conquistar el mundo con mi nuevo atractivo y belleza. Añadí entonces un punto en lo más alto de mi lista: Dejarse perilla.
Capítulo siguiente
- Teclas, soy yo. Hoy no voy a poder ir a tu casa a observar la granja de hormigas, vas a tener que hacerlo sin mí.
- Pero Extraño Desconocido...
- No me llames más Extraño Desconocido, Teclas. A partir de ahora me llamo... Don Guay.
- ¿Don Guay? ¿Pero ese no es el nombre del chino de al lado de tu casa?
Colgué sin despedirme, decidido a conquistar el mundo con mi nuevo atractivo y belleza. Añadí entonces un punto en lo más alto de mi lista: Dejarse perilla.
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