viernes, 27 de marzo de 2009

Estaba pensando... en caracoles

Hablando de caracoles y siempre siguiendo mi nueva lógica de persona guay, resulta que he pensado en lo siguiente:

Dado que nosotros somos la especie dominante en el planeta, interpretamos como un signo inequívoco de inteligencia cualquier comportamiento animal que se asemeje al nuestro. Por tanto, si los caracoles fueran la especie dominante en el planeta nosotros podríamos ir desnudos, mearnos encima y arrastrarnos por la calle sobre nuestra baba y los pensarían de nosotros que somos inteligentes. Por lo tanto, borrachos pareceríamos mucho más listos.

Por eso propongo desde esta publicación cultural que demos una oportunidad a esos menospreciados moluscos que son los caracoles. Hay que producir televisiones, libros y ordenadores que quepan en sus pequeñas casitas de manera que dejen de buscar todo el tiempo hojas de lechuga y puedan dedicarse a estudiar como hace toda persona honrada.

Yo hasta entonces seguiré sin beber alcohol; solo cerveza.

lunes, 23 de marzo de 2009

El chiste del caracol

No me gustan los chistes. A decir verdad me hacen gracia y tal, pero el problema es que siempre se me olvidan en un par de horas. Sí, parece que mi cerebro tenga un mecanismo que consigue eliminarlos completamente en menos de lo que tardo en hacer la digestión. No le acabo de dar una explicación a lo que me pasa, pero puede que se trate de algún extraño (y desconocido, nunca mejor dicho) trauma infantil que vive en mi inconsciente entre aquella imagen totalmente accidental del pezón de Sabrina y la triste muerte de Chanquete, cosas todas ellas que me han convertido en la persona entrañable y odiosa que soy.

Cuando en una comida familiar, una boda, una borrachera de sábado o una reunión de trabajo llega el típico gracioso que parece un libro de chistes de Arévalo, me invaden sentimientos contradictorios. Por un lado me parto la caja, porque tengo un humor más simple que un puzle de cuatro piezas, pero también por otro lado una envidia insana tirando a odio causada por mi frustración como cuentachistes (si no existe la palabra da igual, que para eso estoy en mi blog).

Y es que yo soy gracioso de cojones, para qué lo vamos a negar, y podría haber llegado incluso a ser un Chiquito, un Coll (para Tip soy demasiado alto) o un Matías Prats Jr., pero la naturaleza bien me negó el gen que se encarga de que te acuerdes de los chistes, o me obsequió con que se encarga de que se te olviden.

- ¡Qué risas los finales de telediario! -

Nunca se me olvidará aquel casting para Genio y Figura con mi gran amigo Bertín. Había pasado a formar parte de los últimos diez candidatos pero justo antes de mi actuación de prueba, nervioso como estaba en aquel momento crucial para mi futuro, fui a rascarme el sobaco con la mano derecha, y al alzar la izquierda derramé el café encima del puño de mi camisa, con la mala suerte de que se emborronaron los chistes que tan acertadamente había seleccionado mi primo Juanito. Sin tiempo para volver a apuntarlos salí al escenario a ninguna otra cosa que hacer el ridículo. Desde entonces Bertín, que me había recomendado personalmente, no me dirige la palabra excepto en el día de mi cumpleaños y cuando nos cruzamos por la calle.

Algún día relataré aquel casting, pero hasta entonces os voy a dejar el único chiste que he conseguido recordar hasta escribirlo personalmente en papel, por lo que se podría decir que es mío. Es largo, sí, pero al menos es bueno. De hecho, si no te ríes me comprometo a pedirte perdón en forma de comentario empalagoso en tu blog. Ahí va, con todos ustedes...

EL CHISTE DEL CARACOL

Diciembre del año 98. Un lugar en los Pirineos. Invierno. Diez grados bajo cero. Tormenta de nieve de mear y no echar gota...

Dos amigos se sientan frente a la chimenea en el salón de una pequeña casita de montaña después de una larga jornada de esquí cuando de repente alguien llama a la puerta:

¡Toc, toc!

Los dos se miran acojonados dada la situación. Al final uno de los dos (el que iba al gimnasio día sí día también) le echa dos cojones, se levanta y se dirije a la puerta. Una vez allí toma aire y la abre de golpe. Tras comprobar con el pulso acelerado que no había nadie vuelve a cerrar, pero tan sólo un momento después...

¡Toc, toc!

El forzudo, que ya estaba a medio camino del salón, se gira y ésta vez cabreado vuelve a abrir la puerta. Nadie. En esta ocasión sin embargo dirije su mirada hacia el suelo antes de cerrar, y cuál es su sorpresa cuando descubre ahí a un pequeño caracol tiritando de frío frotándose las manos.

- Hola - dice el caracol -.

- Qué coño quieres - contesta el culturista -.

- Pues verás, es que hace un frío que te mueres y en mi casita tengo la calefacción estropeada, así que había pensado que igual podía pasar la noche en el salón. Llevo incluso un trocito de lechuga encima, así que no necesito ni que me ofrezcáis de cenar.

El forzudo observa al caracol con desprecio y, tras pensar durante unos dos segundos por primera vez en su vida (y seguramente sobre mujeres desnudas), le arrea una patada al caracol, lanzándolo a unos veinte metros de distancia.

Después de eso cierra de un portazo y vuelve al salón con su amigo, olvidando inmediatamente lo ocurrido.

UN AÑO DESPUÉS ...

Al año siguiente y como era tradición estaban de nuevo los dos colegas en la casita de los Pirineos cuando alguien llama a la puerta de manera insistente:

¡Toc, toc, toc, toc!

El mismo culturista del año anterior se levanta y abre la puerta. Mira al frente, donde no ve a nadie, y después baja la vista para descubrir al mismo caracol del año anterior con el ojo morado, el cual grita todo lo fuerte que puede gritar un caracol:

- ¿SE PUEDE SABER A QUÉ COÑO HA VENIDO ESA PATADA?

martes, 10 de marzo de 2009

4 - Jimmy Love

Índice de la serie "Ser guay es guay"

Al final del capítulo anterior me había decidido a entrar en la peluquería y cambiar mi look por uno más rebelde, lo cual como todos sabéis formaba parte de mi plan para ser guay y además me concedería un cierto grado de anonimato frente al todavía sediento de venganza Benito Camelas Pelotas.

- Pasa, corazón - dijo el peluquero mientras sujetaba con una mano la puerta de entrada ofreciéndome un estrecho espacio entre su cuerpo y la pared.

- Pasa tú primero, anda - contesté con cara de pocos amigos -.

La peluquería disponía de una única silla para cortar el pelo, un sillón destinado a que el próximo cliente esperase sentado leyendo revistas de nutrición y un taburete acoplado a una especie de retrete con un grifo para lavar el pelo, ya sabéis a lo que me refiero. Las paredes estaban pintadas en un tono rosa bastante chillón y de una de ellas colgaban dos carteles promocionales de sendos espectáculos de travestidos. El artista principal de ambos carteles se llamaba Jimmy Love.

- ¿Cuál es tu nombre, corazón? - preguntó el peluquero -.

- Desde hace un par de semanas me llamo Don Guay y molo cantidad, pero antes me llamaba El Extraño Desconocido. De todas maneras, tú me puedes llamar cliente a secas, que paso de que te encariñes conmigo.

- Encantado, Extraño Desconocido. Yo me llamo Jimmy Love - contestó con una pícara sonrisa -.

Debía haber imaginado que él era el/la de los carteles. No pude evitar visionarlo mentalmente ataviado con una peluca roja, un top, un tanga y unos zapatos de tacón, tal y como aparecía en uno de los posters, cortándome el pelo mientras intentaba arrimar sutilmente la cebolleta sin que yo me diera cuenta.

- Aaaaaargh! - grité involuntariamente -.

- ¿Todo bien, cariño? - dijo Jimmy Love sorprendido -.

- Eeeeh, sí, sí, sí... no pasa nada. Esto... procede a cortarme el pelo ya, por favor.

- ¿Te lo lavo primero, cariño?

Pensé en mis tres semanas de hospital intentando ver una braguita, durante las cuales nadie me había lavado el pelo: había estado todo el tiempo más solo que la una. Pensé igualmente en la posibilidad de que Jimmy Love utilizase el momento "lavado de cabello" para intentar seducirme, cosa que no me apetecía mucho que dijéramos.

- No hace falta, gracias - contesté con una sonrisa a medias -.

Jimmy humedeció mi cabellera con ayuda de un pulverizador y prodeció a ordenar mis pelitos con ayuda de un peine clásico, el cual tras el primer movimiento quedó atascado, en parte enredado y en parte pegado a causa de la grasa acumulada. Creo que no voy a poder librarme del lavado, pensé.

- Cariño, yo con tanta mierda no puedo trabajar. Estos pelitos te los voy a tener que lavar, ¿eh?.

- Mira Jimmy, ¿sabes qué?, creo que va a ser mejor que lo dejemos: tengo que irme a casa que supongo que la comida ya estará lista.

En ese mismo instante me miré en el espejo y pude observar que el peine todavía estaba atascado en mi cabeza, levantado parcialmente dando el efecto de una especie de peineta del todo a cien.

- Ningún problema. Puedes volver mañana con más tiempo si quieres pero el peine me lo pagas ahora, que no puedo sacarlo, ¿ok?

- Pufff, venga, dale al grifo y lávame el pelo, que va a ser mejor - contesté conturbado -.

Jimmy Love me invitó a sentarme en el taburete y apoyar la cabeza en el retrete de lavar el pelo. Mientras tanto pude ver cómo se dirigía a la puerta de entrada y cerraba con llave, no sin antes mirar sospechosamente a ambos lados de la calle. Volvió a donde yo estaba y, sonriente, colocó mi cabeza en la posición correcta.

- ¿Por qué has cerrado? - pregunté inquieto -.

- Es ya un poco tarde y así no entran más clientes, cariño. ¿Por qué?, ¿te doy miedo?.

- No, no, ¡qué va!. Era más que nada por hablar de algo...

Jimmy no contestó y simplemente abrió el grifo de agua caliente a tope. Noté cómo el vapor subía del retrete rodeando mi cabeza y calentaba mis orejas. Al principio no me molestaba, pero el agua siguió calentándose más y más hasta empezar a resultar molesta.

- ¡Cierra el agua caliente Jimmy Love, que me está quemando las orejillas!.

Jimmy no contestó. Intenté levantar mi cabeza para ver dónde estaba, pero algo tiró burscamente de mi cuello hacia atrás. Mierda, este subnormal me ha atado la cabeza al retrete, pensé. Entonces sentí una enorme presión en las muñecas, producida por dos cuerdas de cuero que me ataban al taburete. Levanté las piernas con todas mis fuerzas pero no encontré nada ni nadie en su camino, por lo que tan sólo di patadas al aire. Me encontraba atado completamente a un taburete en una peluquería cerrada con llave y en compañía de un peluquero travesti bastante extraño. Sentí un enorme terror, semejante al que había sentido cuando Hulk Hogan perdió su título mundial de Wrestling en el 92. Una gotilla de sudor me cayó lentamente por el costado casi acariciándolo. Mientras, el agua estaba cada vez más caliente. Sentía mis orejas arder: el dolor se estaba haciendo insoportable.

- ¿Qué coño es esto, Jimmy Love? - grité con todas mis fuerzas -. ¡Cierra el grifo, cabrón, que me vas a destrozar las orejas!

Cada vez más asustado, giré la cabeza en la medida de lo posible hacia izquierda y derecha en busca de una explicación, hasta que pude ver la puerta de acceso al almacén, a través de la cual apareció Jimmy.

- ¡Jimmy! ¡Cierra el grifo, hijo de la gran puta! ¡Me estás quemando las orejas, joder! - grité desesperado -.

- Uy, perdona, cariño - contestó nervioso -.

Jimmy corrió hacia el retrete y cerró el agua rápidamente.

- Lo siento, es que el calentador de agua a veces se descontrola. No era mi intención asarte las orejas.

Mientras decía lo anterior se me acercó lentamente y me besó la oreja mientras susurraba:

- Lo siento por quemarte, cariño. Ahora acabo de llamar a un amigo: en cinco minutos nos vendrá a ver. ¿Te apetece mientras tanto un café?

lunes, 2 de marzo de 2009

12 maneras de reconocer a un adicto a internet

  1. Utiliza como politono la musiquilla de inicio de Windows.
  2. Reordenó su habitación para poder mirar el correo electrónico sin salir de la cama.
  3. Los trabajadores de Telepizza se saben su dirección de memoria.
  4. Cada vez que le sale un grano afirma que su cara “tiene un píxel defectuoso”.
  5. Le manda un email a su madre para preguntar si ya está lista la cena.
  6. Conoce el nombre y talla de sujetador de más de veinte actrices porno.
  7. Utiliza continuamente el móvil para comprobar si alguien ha dejado un comentario en su blog.
  8. No entiende cómo puede ser que todavía existan hoteles sin wireless LAN.
  9. Está tan blanco que sus camisetas blancas parecen marrones.
  10. Ha comprado alguna vez calzoncillos en Ebay.
  11. La única acepción de “menéamela” que conoce es la de pedir que voten una noticia suya en una página web.
  12. Le da un beso de buenas noches a su ordenador antes de irse a la cama.