La culpa la tiene internet. Desde que compré mi primer modem por Ebay no
hacía más que conectarme en el ordenador y jugar al solitario online. Era un
vicio, el solitario online de los primeros Windows era básicamente como el
normal, solamente que durante la partida chateaba con lo que posiblemente eran
mujeres al otro lado del monitor. Cuando digo al otro lado me refiero a que yo
me sentaba a la derecha del monitor y ellas a la izquierda, pero a la izquierda
de su monitor en su casa.
Después de aquellas primeras experiencias comencé a contribuir al extenso
mundo de Internet mediante discusiones en foros sobre temas de actualidad,
comentarios críticos en blogs de desconocidos, entradas falsas en la Wikipedia
sobre mi pueblo y su gran contribución a la cultura universal y fotomontajes
humorísticos en lo que considero fue el precursor del meme tal y como lo
conocemos hoy en día. Todo esto está documentado y se puede comprobar incluso
hoy en día investigando en google y otras páginas culturales.
Esos contactos con el mundo virtual se fueron intensificando a medida que
me crecía el pelo en el pecho y llevaron a que crease un canal en Youtube,
cuentas en Facebook, Twitter, Instagram, MySpace e incluso un blog que se
acabaría convirtiendo en blog de culto.
Obsesionado como estaba con Internet y todas sus posibilidades pornográficas,
fui poco a poco olvidando la importancia de cuidar mi cuerpo. Me alimentaba
básicamente de cosas como fruta, verdura y pescado y bebía casi exclusivamente
agua. Esto, acompañado por la total ausencia de deporte más allá de salir a
correr tres veces a la semana, montar en bici los sábados y jugar a tenis los
domingos, derivó como no podía ser menos en problemas de sobrepeso. Como un pez
que se muerde la cola, este sobrepeso me impedía hacer deporte, lo que hacía el
problema todavía mayor (llegué a pesar 85 kilos con una altura de 1,85!).
Decía al principio que llevaba unos veinte años así, hasta que un buen día
mi router dejó de funcionar. Fue ayer. Sin previo aviso, simplemente su señal
desapareció para no volver. Lo recuerdo perfectamente porque fue ayer: estaba
viendo un vídeo de gatitos en Youtube y de repente el vídeo se paró y no
cargaba más. Intenté actualizar la página, pero esto lo hizo todavía peor; ya
no veía una imagen congelada de un gatito sino un mensaje de error. Bajé la
vista a la esquina inferior derecha y pude observar que había perdido la
conexión. Reinicié el Router varias veces pero nada. Me conecté por cable al
mismo, pero eso tampoco solucionó el problema. Grité: “¿Por qué a miiiiiiii?”,
pero eso tampoco pareció ayudar.
En plena desesperación intenté conectarme a alguna de las otras redes que
poblaban mi casa, pero todas estaban protegidas por contraseña y ninguna de
ellas era 1234 o Password. Las campañas mediáticas de terror estaban
aparentemente funcionando y ahora todo el mundo tomaba en serio su seguridad.
Mi tarifa móvil de datos estaba sobrepasada hacía unos días, así que en
esta ocasión mi Nokia 3310 tampoco me iba a ser de utilidad.

Decidí pues ir al trabajo para acabar de ver el vídeo de gatitos. Eran ya
las nueve de la noche y normalmente ya debería estar acostado porque mi jornada
laboral comienza a las ocho de la mañana y vivo a diez minutos del trabajo, con
lo cual me debo levantar a las ocho menos cuarto, pero en aquel momento el
vídeo era lo más importante.
Cargado de adrenalina como estaba, no me resultó difícil llegar al trabajo
en un tiempo récord de nueve minutos y medio. Corrí todo lo rápido que pude e
incluso adelanté a varias señoras mayores en mi sprint. Dos, adelanté a dos señoras
mayores. Dos son varias, sí.
Una vez llegué al gran edificio de oficinas donde trabajaba por las mañanas
quedé impresionado. El edificio se erguía como un coloso entre los matorrales
que parecían ser el resto de construcciones. Su iluminación resplandecía en la
noche imponente como qué se yo y tal y cual. Las descripciones no se me dan muy
bien, en realidad era el mismo edificio de oficinas que por las mañanas,
solamente que de noche era un poco diferente. Pero vamos, que tampoco era la
leche. Un edificio de oficinas sin más.
Entré en el edificio todavía recuperándome de la carrera. La zona de
entrada era una amplia sala redonda abierta hasta el techo del edificio que
ofrecía su paso a los ascensores, dos habitáculos enormes instalados en sendas
columnas de cristal que se erigían en medio de la sala y a lo largo de sus ocho
plantas de altura. Tanto los ascensores como las escaleras mecánicas estaban
apagados, con lo cual no tuve otro remedio que subir a pie hasta el primer
piso, en donde se encontraba mi puesto de trabajo.
Mi escritorio estaba tal y como lo había dejado unas horas antes: lleno de
mierda. Me senté y encendí el ordenador. Esperé unos segundos, introduje nervioso
mi contraseña “Password 1234” y suspiré al escuchar la musiquita de inicio de
Windows.
Instintivamente miré el icono de la conexión a internet. Me froté los ojos
y volví a mirar. Pasé el ratón por encima del icono y apareció el mensaje “no
hay conexión a internet”. No lo quería creer. Desesperado como estaba por ver
aquel video de los gatitos reinicié el ordenador, probé con el de mi compañero,
volví a gritar “Nooooo” pero nada de esto ayudó. Al final resignado me recliné
en el asiento e intenté relajarme.
Estaría así unos cinco minutos cuando escuché una voz:
- Hola.
Convencido de estar en un estado entre el sueño y la realidad ignoré el saludo.
- Hola – repitió lentamente la dulce voz de mujer.
Abrí los ojos, giré la vista y encontré tras de mi a una señora de avanzada
edad, quizás unos cuarenta años, que me observaba a través de unas bonitas
gafas de culo de vaso.
- Hola,
señora – le contesté – ¿Qué hace usted aquí?- Me has adelantado corriendo por la calle hace unos minutos y me has dejado impresionada. He seguido tus pasos hasta aquí guiada por tu asqueroso olor porque quería hablar contigo – contestó.
- ¿Cómo puede ser? Me he duchado esta semana, ¡no es posible! – exclamé sorprendido.
- Quiero hacerte una propuesta que de seguro te va a interesar – dijo ella.
- Nunca nadie me había dicho que tenía un fuerte olor corporal.
- Es una propuesta irrechazable, una oportunidad única – insistió.
- Quizás debería cambiar de gel de ducha, puede ser que el olor sea del gel.
- Como seguro sabrás este año se han celebrado los Juegos Olímpicos en Brasil. Los Paraolímpicos se deben estar celebrando ahora mismo, pero esos en realidad no los sigue nadie. Además tenemos los Juegos de Invierno que son como los de verano pero con frío y nieve y están hechos para que los países del norte como Canadá o Suecia ganen alguna medalla.
- Eso es, cambiaré de gel para que no me vuelva a suceder – dije.
- ¡Pero deja ya el tema, hombre! ¿Me estabas escuchando lo que te acabo de decir?
- No
- Vuelve a leer el párrafo anterior, por favor – contestó la vieja.
- Ya está, aunque a decir verdad tampoco me has dicho nada que no supiera si quitamos lo de Brasil.
- Bien, la cosa es que yo trabajo para una asociación de deporte a nivel internacional que se dedica a fomentar la actividad en personas con sobrepeso y/o feas. Nuestra asociación está organizando unas Gordolimpiadas en Albacete, las cuales se celebrarán la semana que viene. Todavía no hemos acabado las instalaciones pero queremos cerrar el cuadro de participantes para ir comprando los billetes de autobús, y me gustaría pedirte que participases como representante de Guatemala en los cien metros.
- Guau – fue mi respuesta -. No me esperaba algo así. Ahora mismo me están pasando muchas preguntas por la cabeza, no sé. De verdad me pillas totalmente por sorpresa. ¿Cuánto pagáis?
- La participación cuesta cincuenta euros, pero no lleva incluida costes de transporte y alojamiento. Si ganas, la medalla de oro es gratis. Aunque en realidad no es de oro, es una medalla simbólica. Es una chocolatina. Pero lo importante es participar. Conoces el espíritu olímpico, ¿no?
- Y dices que es en dos semanas en Albacete…
- ¿Te apunto?
- Venga, va – dije ya convencido -. Oye, ahora que lo pienso, ¿en Albacete tienen internet?
- Pues ni idea, ¿por?
- Nada, nada, da igual.
Continuación