martes, 31 de enero de 2012

La lavadora

Unos cuantos días atrás se nos relataba la historia de un chino bloggero que, indignado porque Siemens no se ocupaba de arreglar su nevera, había destrozado la misma delante de las oficinas de la multinacional logrando con ello la repercusión necesaria como para que el gigante alemán se haya disculpado. Como curiosidad decir que el problema era que la puerta de la nevera no cerraba correctamente. El slogan de Siemens en China es “la puerta a occidente”, así que el colega bloguero lo tuvo fácil para iniciar las protestas con un toque de ironía.

Resulta que existe otro gigante, llamado Samsung, que cada vez está más presente en nuestras vidas en forma de televisiones, teléfonos, ordenadores y electrodomésticos. Yo mismo apenas sin haberme dado cuenta he acumulado un ordenador, un tablet, un móvil de antepenúltima generación y una lavadora.

La lavadora resulta ser un portento de diseño coreano, con un botón de play digno de los mejores reproductores mp3. Supongo que el botón tendrá algo que ver con el hecho de que cada vez que lo pulso parezca que una orquesta entera está montando un fiestorro en mi baño. Sí, efectivamente tengo la lavadora en el baño como todo alemán que se precie, pero esto sería otro post.

sábado, 14 de enero de 2012

La vena de la indignación (3/3)

No dejes de leer la primera parte y la segunda parte.

- ¡Mierda! – grité con cólera mientras cogía la pantalla - ¡Puta mierda de trabajo! – estiré de la pantalla hasta que el cable cedió volviendo como un resorte hacia la mesa -. ¡Jodidos cabrones, lameculos, imbéciles, soplapollas! ¡A la mierda con todos! ¡A la mierda contigo, Iván, levanta tu puto culo y haz algo con tu vida! ¡A la mierda con la secretaria, puta zorra calientapollas! ¡A la mierda con el explotador de Anselmo y su sobrino retrasado! 

Continué gritando sin parar. Mientras tanto tiré mi material de escritorio contra la ventana, propiné varias patadas al ordenador y lancé la silla contra un armario, con irregulares resultados en cuanto a los daños ocasionados.

Inundado por ese arrebato de ira e incapaz ya de calmarme destrocé mi camisa, quedando mi musculoso torso desnudo para asombro de los presentes (de Iván, vamos). Sentí cómo mi corazón bombeaba sangre a más y más velocidad, haciendo que apareciese en mi frente aquella a la que llamarían la vena de la indignación. 

lunes, 9 de enero de 2012

La vena de la indignación (2/3)


La primera parte está aquí. Si no la lees, no tiene gracia.

- El aire acondicionado no funciona, tío – me dijo Iván al verme llegar -. Menudo calor estoy pasando. 

Las bajas temperaturas nocturnas habían refrescado las oficinas, pero efectivamente ya se empezaba a notar un calor un tanto incómodo provocado por los primeros rayos de sol. Encendí mi ordenador, abrí el archivo de Nastran en el que estaba trabajando y seguí introduciendo mallas para calcular de modo más exacto el punto del asa que estaba fracasando por excesiva tensión. A pesar de haber bajado las persianas, los treinta y cinco grados del exterior traspasaban lentamente las paredes del edificio al igual que lo hace el calor de un horno en un pollo. A eso del mediodía, el calor ya se había vuelto insoportable. Las gotas de sudor resbalaban por mi cara y aquellas que lograban escapar a mis pañuelos humedecían cada vez más el escritorio. Los nervios aumentaban al sentir cómo se ralentizaba mi ritmo de trabajo debido al calor, lo cual a su vez me hacía sofocarme cada vez más, alimentando ese círculo vicioso que me estaba torturando. En ese instante apareció Anselmo. 

La vena de la indignación (1/3)

No es necesaria mucha experiencia para reconocer una curiosa tendencia en el mundo laboral: cuanto mejor trabajas más marrones te caen. Por supuesto, el esquivar portentosamente esos marrones mientras van cayendo del cielo cual lluvia de piedras y luego barrerlos del suelo hacia otro lado te puede ayudar (aunque no tiene por qué) a subir un par de escalones y descubrir otra segunda tendencia: cuanto más alta es tu posición, menos tienes que trabajar. 

Tras varios años trabajando para Botijos Ibarra me había convertido en el mejor ingeniero de la empresa. El jefe del departamento sabía que podía confiar en mí y actuaba en consecuencia. Cuando me escuchaba llegar a la oficina, Anselmo salía de su despacho y me lanzaba sonriente post-its, carpetas e incluso archivadores enteros a través de la sala de ingeniería mientras me gritaba hasta cuándo era necesario acabar una u otra tarea. 

Llevaba dos meses trabajando en aquel proyecto: un botijo de fibra de carbono con pantalla táctil y conexión 3G. MoviStar pretendía ofertar el botijo de última generación junto con un contrato mensual con permanencia de 24 meses a modo de financiación. También Orange y Vodafone se habían interesado por el producto.