martes, 29 de julio de 2008

Aprendiendo a jugar al ajedrez

Nota: Si hay alguien nuevo en el blog, le recomiendo antes que nada leer el post Big Fish (el gran pez) o la modificación de los recuerdos. Una vez dicho esto, vamos al tema.
De pequeño comencé a jugar al ajedrez por una extraña razón que seguramente nunca lograré recordar. Supongo que entre otras cosas debido a mi torpeza innata jugando al fútbol. Me decían que tenía dos patas derechas, pero lo malo es que soy zurdo, así que no daba pie con bola (nunca mejor dicho).

Tenía que pagarme a mí mismo las clases de ajedrez porque, según mi madre, ya era suficiente gasto tener que comprarme siempre dos pares de zapatos iguales para tener que tirar a la basura dos zapatos del pie izquierdo. Era pequeño (de edad pero no de estatura), por lo que todavía no podía trabajar como camarero en un club de alterne, quedándome entonces tan sólo la posibilidad de robar el almuerzo a algún niño en el recreo para, con el dinero que me daba mi madre a tal efecto, pagar las clases de ajedrez. Sí, eso hacía. Todo el mundo cree que los ajedrecistas son tíos tranquilos y sobre todo lentos, y efectivamente lo son en su mayoría, pero yo en concreto no, ¡qué pasa!. ¿Véis?, ya me pongo agresivo.

Lo mejor de aquellas clases extraescolares era el profesor de ajedrez. Lo recuerdo como una mezcla de superhéroe y pirata. Su brazo derecho hipermusculoso (algo así como Nadal, pero al revés) con un tatuaje de un tablero de ajedrez a tamaño real con fuego alrededor; sus ocho dientes incisivos cubiertos con sendas fundas de oro y su ojo de cristal cubierto casi todos los martes con un parche. Un espectáculo.

Tras dos clases y media con aquel profesor, el resto de los alumnos huyeron despavoridos cuando, en un ataque de ira provocado por una mosca cojonera, rompió su mesa en dos y comió la mitad izquierda de la misma, escupiendo después las grapas que se encontraban dentro del segundo cajón y atravesando con una de ellas a la mosca.

Después de aquel incidente había quedado yo como único alumno de la clase, razón por la cual el profesor (no recuerdo ya su nombre, así que le llamaré Adelino) me exigió que pagase diez veces la suma inicialmente exigida si quería que siguiese entrenándome en el arte del ajedrez.

Dicho y hecho, tan sólo tenía, además de robar el almuerzo a aquel chaval, robar el dinero del almuerzo a nueve niños, los cuales robaban después el almuerzo a los nueve niños más pringados del colegio. Al final la cadena se hiyo estable cuando los nueve niños comenzaron a traer directamente dos almuerzos cada día, uno de los cuales regalaban “voluntariamente” a su respectivo extorsionador, ofreciéndome éstos a su vez su dinero para el almuerzo al inicio de cada recreo.

Una vez resuelto el problema monetario, Adelino comenzó a entrenarme en solitario. Tenía clases los martes y jueves, dos horas cada día. La primera hora y media la utilizábamos para realizar ejercicios físicos. Dábamos vueltas a la pista de fútbol sala durante cincuenta minutos, después hacíamos flexiones y abdominales y por último entrenábamos nuestro “brazo de la muerte”, para él el derecho y para mí el izquierdo debido a mi antes mencionada zurdez. La media hora restante jugábamos al ajedrez y ensayábamos ante todo el movimiento de piezas, depositando éstas sobre el tablero con la mayor brutalidad posible intentando lograr que nuestro oponente temiera por su vida.


Adelino me contó un día que había perdido sus dientes cuando, en cuartos de final del campeonato mundial de 1976, tras matar a la dama de su oponente le había arrancado la cabeza con los dientes (aclarar aquí que con “la dama” me refiero a su pieza de ajedrez, no a su señora), perdiendo como consecuencia de esa acción tres de sus dientes. Su oponente se mareó porque no toleraba la sangre verde y la partida se le otorgó a Adelino, pasando así a semifinales donde fue derrotado, según él, por un perro de dos cabezas. Tras este incidente Adelino decidió implantarse tres dientes de oro macizo y enfundar el resto de sus incisivos en oro.

Un día cualquiera, tras varios meses de entrenamiento, Adelino me dijo que debía seguir su camino y ayudar a otros indefensos chavales como yo. Nunca más lo volví a ver.

Jamás he perdido una partida de ajedrez contra un adversario humano frente a mí, pero extrañamente a través de internet o contra el ordenador, siempre pierdo. Supongo que por aquel entonces Adelino no estaba puesto al día en las nuevas tecnologías.

martes, 22 de julio de 2008

Todos los chinos no son iguales

Actualización del 23-07 a las 19:51
Este post, ensayo, artículo, noticia o lo que sea que es ha llegado hoy a la portada de Meneame.net. Muchas gracias a todos los que la han votado y comentado. Aquí va el enlace por si alguien quiere leer esos otros comentarios, alguno de los cuales por cierto no tiene desperdicio: http://meneame.net/story/humor-todos-chinos-nos-parecen-iguales


Amigos y amigas del milenarismo, esta semana toca reflexionar. Después de confesar hace siete días mi frustrada carrera como jugador de polo sobre elefantes, he permanecido hasta ahora en mi cama dándole vueltas a la cabeza (no a la mía, sino a la de uno de mis queridos GI Joe´s), apenas sin tocarme, y llegando hoy por la mañana a increíbles conclusiones.

Algunas de esas conclusiones podrían cambiar el mundo tal y como lo conocemos o, mejor dicho, podrían cambiar la manera en que vemos el mundo. Otras podrían destruirlo y otras (de las que por suerte ya me he olvidado) estuvieron a punto de volverme gay. Hoy os voy a desvelar la reflexión más inútil de todas. Inútil, pero igualmente intrigante, porque a ver quién es el chulo que deja de leer ahora mismo y se queda con la incógnita.

Si te sirve de consuelo, yo también habría seguido leyendo.

La cuestión es que comencé a pensar en aquella frase tan repetida y muchas veces malinterpretada que dice: "todos los chinos y/o negros son iguales".

La verdad es que a mi, al menos antes, también me resultaba difícil distinguirlos. ¡Claro que es fácil distinguir a un blanco, un negro y un chino entre sí, de eso no estoy hablando! Un ejemplo concreto: ¿cuál de los chinos de la foto es mi vecino y cuál el camarero de la cafetería de al lado? La verdad es que al principio me hacía gracia no diferenciarlos, pero acaba jodiendo el pedirle constantemente cafés a tu vecino pensando que es el camarero, sobre todo porque nunca te trae el café.

Decidido a encontrar una solución a este grave problema que me impedía ser feliz, me propuse ver unas cuantas películas de chinos. Me tragué Kung fu sion, Shaolin Soccer, todas las de Jackie Chan y los tres últimos capítulos de Dragon Ball en catalán (recuerdo que antes siempre veía Dragon Ball en catalán cuando veraneaba en Salou). Lo curioso es que tras aquella ración y media de telebodrios chinos inexplicablemente conseguía distinguir a mi vecino del camarero. Ahora lo veía muy claro: uno gordo y el otro flaco, uno con las orejas más grandes y el otro con los ojos más rasgados, mi vecino hombre y el camarero mujer… En definitiva, pequeños detalles que antes misteriosamente se me habían escapado habían salido a la luz gracias a este shock de cultura china.

Debido a que estaba en cama todo el tiempo y todavía no me sentía con fuerzas de salir de casa decidí llamar a un restaurante chino que traía comida a domicilio. Cuando llegaron los rollitos, el arroz tres delicias y las cuatro botellas de licor de lagarto hice el esfuerzo de levantarme para abrir la puerta. Todo salió tal y como lo había planeado: el repartidor era chino y no era ni mi vecino ni el camarero. Cogí el licor y le dije que los rollitos y el arroz no los quería, que los había pedido para llegar al mínimo, y le hice la pregunta clave:

- Repartidor chino, ¿a tí te parecen todos los chinos iguales?

- No, –me dijo- pero los chinos dicen que los europeos y los negros son todos calcaos aunque a mí, distinguir a los europeos entre sí, me resulta ahora mucho más fácil que antes.

“Todos calcaos”… Maldije al chino por ser capaz de soltar semejante expresión en español y pensé que yo nunca podría aprender chino a ese nivel.

Volviendo al tema, aquella conversación fue una auténtica revelación para mi. Además el licor de lagarto me ayudó a verlo todo más claro.

¿Cuál es mi explicación a todo esto? La conclusión lógica es que nuestro cerebro, intentando ahorrar disco duro, tiende a almacenar únicamente aquella información que a nosotros nos resulta útil.

Imagina que una amiga te presenta a su nuevo novio. Tu cerebro se quedará con una serie de rasgos de ese pobre chaval que te ayuden a diferenciarlo del resto de capullos que conoces. Podrían ser en este caso color de pelo, de ojos, forma de la nariz, grosor de las cejas, tamaño de las orejas, complexión, etc. Sin embargo, si ese novio de tu amiga fuese negro y suponiendo que no conocieses a muchos negros, tu cerebro se quedaría simplemente con su color de piel, característica más que suficiente para diferenciarlo.

Algo parecido les ocurre a los chinos. A ellos les bastará con percibir que nuestros ojos no son rasgados y con ello ya creerán poder reconocernos. Por eso todos los europeos les resultamos iguales.

Debido a que una vez más no se me ocurría cómo finalizar el post, he buscado “frase inteligente” en Google, llegando entre otras a la siguiente:

¿Cómo es que, siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres? Debe ser fruto de la educación. (Alejandro Dumas). No tiene nada que ver con el tema, pero me ha parecido bien escribir al menos una frase inteligente en toda la entrada.

martes, 15 de julio de 2008

Desconocido, pide el cambio

- Desconocido, pide el cambio.
- Pero entrenador, ¿está usted seguro? ( a los entrenadores siempre hay que tratarles de usted, es una regla común a todos los deportes).
- ¡Pide el cambio, ostias!

Hacía tanto que no jugaba que ya casi había olvidado que pertenecía al equipo. Mi trabajo en el mismo se asimilaba más al de una animadora (me refiero a animar, no a lo que estáis pensando, salidorros) que a la de un delantero llamado a ser algún día jugador franquicia.

Todavía me molestaba el dedo meñique. Siempre había creído que ese dedo no servía para nada a parte de para sacarse los mocos, pero resulta que en Thailandia me había servido para estar de baja un total de seis meses.

El accidente había sucedido al salir del avión que me llevó a Hua Hin, momento en que, tras guiñar mi ojo izquierdo sensualmente a la azafata, ésta cerró la puerta del avión de un golpe sin reparar en que mi dedo meñique todavía se encontraba parcialmente a bordo. Tras tres operaciones en una semana, de las cuales la primera fue un cambio de sexo por error y la segunda el arreglo de la primera, me desperté en una cama del hospital con mi dedo meñique vendado y un enorme dolor de óvulos y/o testículos, además de con un nuevo Record Guiness en mi haber, en concreto el récord a la persona más rápida en cambiar de sexo dos veces seguidas. Al menos puedo decir que fui mujer durante dos días. Lástima que no me diera tiempo a tener la regla, quizás hubiera conseguido entenderlas mucho mejor.

El caso es que, tras esos seis meses de sufrimiento, por fin podía reaparecer en los terrenos de juego. Aunque el dedo no estaba curado del todo, había entrenado las últimas semanas y me sentía muy cómodo. Además tenía unas nuevas zapatillas muy chulas, de color verde y con cordones amarillos, en plan brasileño para dar un poco la nota. Estaba todo calculado: las zapatillas me ayudarían a destacar sobre el resto de mis compañeros. Bueno, eso y el hecho de medir 1,90m en un país en el que la media debe rondar los 1,40m.

El aplauso que sonó cuando me levanté del banquillo fue aplaudible. Quiero decir, que el aplauso que se me dio se mereció un aplauso. Pattama Sundaravej se retiraría del campo para dejarme sitio a mi: El puto amo. Como no cabía mi nombre completo (El extraño desconocido) en la camiseta y en Tailandia la gente no habla español, cuando llegué pedí que se me llamase El puto amo. Cuando los HuaHinenses (o como sea que se llama a los habitantes de Hua Hin) descubrieron lo que significaba el nombre, no tardaron en elaborar un cántico que decía: “El puto amo es el puto amo, el puto amo es el puto amo, el puto amo es el puto amo, pero su meñique nooooooo, oeeee, oeeee”. Con musiquilla y en Tailandés tiene más gracia.

Mientras Pattama se acercaba a mí algo comenzó a resultarme extraño. Cada vez se aproximaba más rápido; alcanzando una velocidad desproporcionada para abandonar del terreno de juego teniendo en cuenta que ganábamos diecisiete goles a dos. La confianza en mi compañero de equipo me traicionó. Quedé inmóvil en la linea lateral esperando algo así como un derrape, y en cuanto pude reaccionar aquella bestia ya había pasado por encima de mí, con tan mala suerte que había pisado mi meñique rompiéndolo por seis sitios, cinco de ellos el mismo.

Una parte del público gritó aterrada, otra se rió, y la otra parte se despertó debido a las risas de la segunda parte, mientras la primera parte dejaba de gritar y bebía de su Taicola. La ambulancia tuvo que ser importada de Camboya (en Tailandia solamente había una pero tenía la sirena estropeada), por lo que tuve que esperar tres semanas en el campo hasta que llegó. El médido me dijo después que había salvado mi meñique gracias a que me habían trasladado con rapidez al hospital; dos semanas más y habría perdido mi dedo.

Al final pertenecí al equipo una temporada y jugué un total de cero partidos y cero minutos, saliendo como titular en cero ocasiones y marcando cero goles. Recibí cero faltas y realicé también cero, viendo un total de cero tarjetas de cero colores diferentes. Fui sustituido en cero ocasiones.

Al menos mi foto salió aquel año en el album de cromos de la liga Tailandesa. Por cierto, si alguien consiguió mi cromo que se ponga en contacto conmigo, sólo me falto a mi mismo para completar la colección y cuando lo haga me regalan una camiseta de Pattama Sundaravej.
Nunca volví a jugar al polo sobre elefantes.

martes, 8 de julio de 2008

Todo vuelve a la normalidad

Mientras pensaba hace una semana en si debía escribir sobre la final de la Eurocopa escuché a través de la ventana a unos pájaros cantando. Aquellos pájaros no cantaban "podemos", sino que cantaban lo mismo de siempre: "pio, pio". Después de eso pensé que tenía hambre y me comí un bocadillo de jamón, tras lo que seguí pensando en los pájaros. Más tarde reparé en que los conductores circulaban por la calle sin la mano dormida encima de la bocina y sin un amigo fiestero asomado por la ventana derecha agitando una bandera, lo que en un principio me sorprendió. Deduje que esa gente se dirijía a su trabajo o volvía de él, hacía la compra, iba a buscar a sus niños a la salida del colegio, etc. La vida ya había vuelto a ser exactamente la misma que antes de empezar la Eurocopa.

Por fin logramos pasar de cuartos, y parece que una vez cogimos carrerilla ya todo fue coser y cantar (coser y cantar...¿de dónde vendrá esa expresión?). Oeee oeee OeeeOeee! Calle Viva la madre que parió a Casillas, qué ocurrencia más buena, sí, sí, jeje... pero... ¿y ahora qué?, ¿qué nos ha quedado a los currantes de todo aquello? Pues lo que explico en el siguiente párrafo:

Bla, bla, bla, blaaa.

Es decir, NADA. Cuando se ha pasado el efecto de la Eurocopa todo ha vuelto a ser igual. Aun así me quedo con tres cosas de este título:

A) Poder usar una bandera de España a modo de capa sin ser llamado por ello fascista.

B) La celebración después del partido a la que se unió un grupo de africanos tocando los tambores, bailando ellos y haciendo bailar a los españoles que se les acercaban; y también un marroquí con la camiseta de España y la bandera de su país a modo de falda. En definitiva, muestras de integración que espero hayan hecho pensar a algún que otro figura.

C) El manteo a Luis Aragonés.

Por último os pregunto, amados lectores: ¿por qué razón nos alegramos tanto al ganar la Eurocopa?

Y en caso de que tú no te alegraras de ganarla: ¿por qué crees que esa panda de neanderthales se alegró cuando España ganó la Eurocopa?

(Por favor inserte aquí mentalmente una frase ingeniosa con la que finalizar el texto, ya que a mi no se me ocurre ninguna)