lunes, 12 de marzo de 2012

La vena de la indignación: aparcando el coche

Me preocupo mucho por el medio ambiente. A veces le llamo y le pregunto qué tal, e incluso le mando algo de dinero de vez en cuando por si va justo de euros. Desgraciadamente, a pesar de mi preocupación por el medio ambiente me veo obligado a utilizar el coche porque mi trabajo está a diez minutos andando, y si camino durante tanto tiempo sudo la camisa y luego en la oficina se ven los surcos y queda fatal. Esto me pasa en verano porque hace calor pero también en invierno porque me suelo abrigar demasiado, así que el coche lo necesito todo el año menos los dos meses que suelo estar enfermo por intoxicación alimenticia.

Esto del coche no supondría ningún problema si estuviese viviendo en mi chalet de Marbella, pero actualmente vivo en una zona cercana al centro de Mannheim, a unos 70 kilómetros al sur de Frankfurt en verano y 69 en invierno por eso del cambio de hora. Como en toda zona céntrica que se precie, en mi barrio resulta difícil aparcar. Muy difícil. Hay ocasiones en las que es necesario dar vueltas durante quince o veinte minutos hasta encontrar un hueco desde el que no sea necesario coger un autobús para llegar a casa. Aparcar es tan difícil que un día encontré un hueco a la primera justo debajo de mi casa y después monté una fiesta para celebrarlo, llegando a casa aun así diez minutos antes que normalmente.

A pesar de una situación tan precaria, hay algunas personas que se dedican a aparcar sus coches de manera sub-optimal o mejor dicho subnormal, estacionando justo en el centro de un hueco que sería suficiente para dos coches.

Especialmente me venía llamando la atención un Opel Astra negro. Desconozco cómo lo hacía, pero al menos una vez por semana lograba encontrar un hueco doble y aparcar justo en el centro del mismo eliminando una posibilidad de aparcar en un barrio tan congestionado. Me preguntaba desde hace un tiempo quién sería esa persona tan insensible, egoísta e incívica y qué era lo que le llevaba a comportarse de aquella manera. ¿Sería una casualidad por la que esa persona aparcaba de manera óptima pero los demás aparcaban después de manera que pareciese que el Opel Astra lo había hecho mal? ¿Se trataría de una minusvalía del conductor que le impedía estimar correctamente las distancias? ¿Se estaría vengando de alguien actuando de aquella manera?


Sea como fuese, semana tras semana crecían mi incomprensión y mi odio hacia aquel conductor desconocido, hasta que un día sucedió lo inevitable. Conducía de camino a casa una tarde en que me había escabullido del trabajo por la ventana del baño dos horas antes que de costumbre. Parado en un semáforo observé mientras me retocaba el peinado que delante mío estaba parado precisamente aquel Opel Astra. Sentí cómo mi corazón se acelaba y la vena de mi frente se dilataba, pero conseguí controlarme y esperar. Decidí seguir a aquel coche hasta que encontrase un hueco y observar su comportamiento.

El Opel Corsa no tardó mucho en encontrar un aparcamiento dado que era más pronto que de normal. Precisamente se trataba de un hueco doble, así que accioné mi intermitente para indicar que también iba a aparcar allí y esperé detrás del Opel Astra mientras se estacionaba. La maniobra fue limpia y rápida gracias al gran espacio disponible, pero tal y como sospechaba en lugar de aproximar su coche a uno de los dos autos que delimitaban la plaza de aparcamiento, el conductor simplemente tiró del freno de mano cuando se encontraba en la mitad del espacio, dejando inutilizable el resto del mismo.

Permanecí sentado en mi coche mientras asimilaba lo que había sucedido, y durante aquel tiempo se hinchaba más y más la vena de mi frente conocida como vena de la indignación. No habrían pasado más de tres segundos cuando ya sentía como si mi frente fuese a estallar, y aquella sensación fue la que me impulsó a actuar. Metí la primera marcha, pisé el acelerador a fondo, solté embrague y giré hacia el Opel Astra. El golpe fue tal que hizo saltar el airbag de mi coche. Pude ver cómo el conductor del Opel Astra, un hombre de unos cuarenta años con bigote y sombrero, asomaba su cabeza a través de la ventana y gritaba en alemán mientras agitaba sus brazos indignado. Yo seguí pisando el acelerador, desplazando la parte trasera del Opel más y más dentro de la acera hasta haber girado el coche casi noventa grados. El conductor, que no se atrevía a abandonar su vehículo, gritaba más y más fuerte sin comprender lo que estaba pasando. Las personas comenzaban a amontonarse, observando confusas pero interesadas. Con ayuda de varios movimientos de marcha atrás para coger impulso y dar nuevos empujones al Opel Astra, conseguí desplazar al mismo hacia el coche delantero hasta crear un hueco suficiente como para aparcar mi coche. Una vez logrado mi propósito, tiré del freno de mano y bajé.

El lateral izquierdo del Opel Corsa estaba completamente deformado y un denso humo salía del capó doblado de mi coche. El hombre, rojo a causa de los gritos, bajó de su coche gritando y haciendo aspavientos, exigiendo una justificación. Cuando hizo una pausa para coger aire yo le respondí en alemán:

- La próxima vez por favor aparque un poco más ajustado para que los demás tengamos sitio. Gracias.

Después me marché del lugar mientras la gente que se había agolpado para presenciar lo ocurrido me hacían sitio asustados.

Desde aquel suceso nadie aparca con más de cinco centímetros de distancia con respecto al coche anterior. Espero que en el juicio que tengo dentro de dos semanas comprendan que tenía motivos suficientes como para ponerme así.

2 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

Si es que hace falta justicieros en el mundo.

Imagino que te va a caer un buen marrón, pero el gustazo de la venganza no te lo quita ya nadie xDD

Yyrkoon dijo...

¿Cuántas veces hemos soñado todos con eso? Probablemente no más que en un trío con dos gemelas japonesas vestidas de Mai Shiranui, pero unas cuantas seguro. :_)