lunes, 5 de septiembre de 2016

En los Juegos Olímpicos II


Albacete es una pequeña ciudad situada en el sureste de España, entre Madrid y Las Lomas del Rame. Tiene unos 170.000 habitantes, dos de ellos extranjeros. Una de sus industrias más importantes es la fábrica de cordones y tuvo en José Vicente Ortuño a uno de los mayores exponentes de su cultura viejuna y en Joaquín Reyes de su cultura moderneja.

Quedaban tras de mí dos duras semanas de entrenamiento físico y mental. Llegaba a la ciudad convencido de mis posibilidades y dispuesto a comerme el mundo. La estación de autobuses era un modesto edificio situado en las afueras de la ciudad, a unos dos kilómetros del centro. Debido a que no me funcionaba internet no había podido buscar la ubicación de la villa olímpica, así que monté en un taxi.

-          A la Villa Olímpica, por favor

-          ¿Mandeeee?

-          A la Villa Olímpica, soy un atleta, participo en los Juegos.

-          Dígame la calle, por favor – contestó el taxista.

Un tanto confundido miré en los papeles que había recibido tras pagar mi inscripción.

-          Calle San Torcuato, número 12 – le indiqué al conductor.

Tardamos unos veinte minutos en el transcurso de los cuales vi tres iglesias extremadamente parecidas, tanto que incluso pregunté si no se trataba del mismo edificio.

-          No, son tres iglesias diferentes pero del mismo arquitecto, no se preocupe. Estamos conduciendo por un atajo, por eso estoy callejeando tanto.

La Villa Olímpica estaba perfectamente mimetizada con su entorno. Los edificios de los deportistas habían sido construidos imitando a un barrio antiguo de la ciudad. Se había pensado incluso en detalles como la suciedad y el mal olor para imitar esa atmósfera de casco antiguo. La realidad estaba muy lejos de lo que esperaba encontrarme, que habría sido más bien un barrio moderno con hoteles e instalaciones deportivas, pero sin duda superaba las expectativas.

Eran las ocho de la tarde cuando entré en mi habitación, así que decidí acostarme y descansar para estar en plenas facultades para la carrera, que sería a la mañana siguiente.

Según las instrucciones debería estar en el estadio a las diez de la mañana para ultimar los preparativos y poder disputar la carrera a las doce.

No sabía a ciencia cierta donde quedaba el estadio olímpico, así que después de desayunar pregunté en la recepción del hotel.

-          Necesito ir al Estadio Olímpico de atletismo, participo hoy en la final de los cien metros.

-          ¿Digaaaaaa?

-          Estadio, atletismo, Olimpiadas – dije lentamente moviendo los brazos imitando una carrera.

-          ¿Sabe usted la dirección a la que tiene que ir?

-          Sí, un momento…

Saqué de la mochila una vez más los datos de la inscripción.

-          Calle San Torcuato, número 18 – dije.

-          Uy, eso le queda a un buen rato de aquí – me contestó la apuesta señorita -. Le recomiendo que tome un taxi. Tiene a uno esperando en la misma puerta, dígale que está en el hotel y le hará descuento.

Esperaba que el estadio estuviera cerca de las instalaciones para deportistas, pero supuse que a sabiendas de que no era fácil alcanzar el estadio a pie, el hotel había organizado un servicio de transporte especial. Estaba impresionado por la organización ejemplar del evento.

Diez minutos más tarde y veinte euros más pobre llegué al estadio. El estadio olímpico había sido construido en lo que parecía imitar a un colegio público, con su valla oxidada, su pista de fútbol y baloncesto todo en uno, y su circuito para correr alrededor de la misma. Las gradas todavía no estaban preparadas cuando llegué aunque el público ya estaba comenzando a acceder a las instalaciones. Las televisiones parecían haber planificado la retransmisión al minuto ya que tampoco pude ver cámaras ni reporteros a primera vista.

Me acerqué a una pequeña carpa en la que una amable azafata con evidente sobrepeso parecía dar indicaciones a dos deportistas.

-          Hola, soy el Extraño Desconocido y represento a Guatemala en los cien metros – dije.

-          Buenos días, señor Extraño – contestó con una sonrisa – Déjeme mirar… bien, usted tiene la carrera a las doce. Aquí tiene su dorsal, los vestuarios están allí al fondo por si necesita cambiarse.

-          Gracias. He traído zapatillas de varias marcas de deporte por si el patrocinador no tenía de mi tamaño. Es que calzo un cincuenta y dos. ¿Qué marca patrocina el evento?

-          Eeeee… pues la verdad, no lo sé. Bueno, antes he visto a un hombre mayor que llevaba una camiseta de Decathlon, supongo que ese será el patrocinador.

-          Solamente tengo Adidas o Nike, así que tendré que preguntar si tienen ropa de mi tamaño para no crear un conflicto de patrocinios. ¿Dónde están sus instalaciones? ¿O con quién debería hablar que represente a la marca? – pregunté

-          Adidas, Adidas. Póngase las zapatillas de la marca Adidas y no se preocupe.
 

1 comentario:

JuanRa Diablo dijo...

Eso de mimetizar unos juegos olímpicos con el entorno es lo más avanzado que he visto jamás!!
Están ahí, pero apenas se notan xDD