miércoles, 11 de julio de 2012

Cuando estuve a punto de morir por culpa de una oferta


Era una mañana de invierno en Zaragoza. Hacía un frío de cojones. Como siempre, no tenía nada mejor que hacer, así que decidí bajar la basura que se acumulaba desde el desayuno hacía media hora y comprobar si había alguna nueva carta en el buzón.

No encontré ninguna carta, pero sí una propaganda de El Corte Inglés a pesar de haber pegado un cartel en mi buzón que decía "propaganda no, gracias". Saqué mi libreta del bolsillo de la camisa y apunté que le propinaría una paliza al repartidor de propaganda cuando lo viera. Como acababa de sacar la basura, subí la propaganda a casa y la dejé en la mesa del salón.

Fue un rato más tarde cuando volví a reparar en aquel documento mientras veía la televisión. Como había publicidad y mi palo para cambiar de canal manualmente desde el sofá estaba roto, observé el folleto. Una enorme televisión LCD ocupaba la portada del mismo y tenía un coste reducido de tan sólo 1.555 euros, una ganga para aquellos tiempos. Tenía ahorrado un dinerillo debajo del salón procedente de unos negocios turbulentos que algún día relataré, así que cogí el maletín con el dinero, lo até a mi muñeca con una esposa y tomé ambos y un autobús hacia el centro. Una vez en El Corte Inglés pude ver esa misma televisión, pero al precio de 1.750 euros. Indignado, busqué a una dependienta que estuviese buena y le pregunté.


- Buenos días, mi nombre es El Extraño Desconocido. Quería comprar esta televisión de su propaganda - le enseñé el folleto -, pero resulta que tiene el precio de 1.750 euracos en lugar de los 1.555 euretes que pone aquí. ¿Me lo puede explicar?

- Lo siento señor, pero ésta es la sección de perfumería y yo no sé ni lo que es una televisión.

- Ya, pero es que la mujer de las televisiones es un cardo de mucho cuidado - contesté mirándole el escote.

Un simpático trabajador de la seguridad del centro comercial se ofreció a acompañarme a la puerta del centro tras saludarme con un cariñoso golpe en la espalda que me causó problemas de respiración durante los meses siguientes. Supongo que el pobre tenía una disfunción que le impedía tener noción de su propia fuerza amén de obligarle a comunicarse en un tono extremadamente agresivo.

De nuevo en la calle, leí las tres páginas de letra pequeña de la propaganda y entonces reparé en que la oferta únicamente estaba disponible en El Corte Inglés de Albacete entre las diez y las doce de la mañana del día anterior. Había gastado ya un euro en el viaje de autobús y en el maletín tenía 1.745 euros, así que pensé que lo más fácil sería pedir los cinco euros restantes para no tener que volver hasta casa solamente por ese dinero.




Como no soy muy de pedir prestado pensé en hacer de mimo en la calle Alfonso, que los que lo hacen seguro que se sacan un dineral. Abrí el maletín con los 1.745 euros en billetes de cinco para que la gente supiese que debía echar allí su dinero y adquirí una pose como si estuviese hablando por teléfono pero cogiendo un zapato para darle un toque cómico al asunto. Cuando alguien echase algo de dinero al maletín apartaría el zapato de mi oreja para hacer una reverencia seguida de un giro con patada a lo Bisbal y de nuevo volver a la postura inicial hasta recibir la segunda moneda.

Tras una hora siendo ignorado por los paseantes sentí un pequeño calambre en el brazo con el que sujetaba el zapato. Sin embargo, no soy de esos que se dan por vencidos rápidamente, así que continué en la misma posición. Unos minutos más tarde dejé de sentir dicho brazo, lo que me facilitaba el permanecer en la misma posición. No hay mal que por bien no venga, pensé. Lo malo es que después del brazo vinieron el pie izquierdo, la mano derecha y así sucesivamente, de manera que cuando pude darme cuenta únicamente sentía la oreja derecha, que era la que estaba protejida del frío por el zapato. Llevaba para entonces tres días en la misma posición.

Al cuarto día una señora me miró detenidamente y apartó las palomas que se posaban en mis hombros. Intenté hablar para pedir ayuda o hacer alguna seña, pero no pude. Tras mirarme unos minutos me introdujo un dedo en el ojo, a lo que yo no pude reaccionar a pesar de que me jodiera un montón. Entonces, tomó el maletín y se marchó lentamente ayudándose de su bastón.

Después de una semana, el policía que paseaba todos los días por la zona se percató por fin de mi presencia. Me miró fijamente y, tras deliberar unos instantes, me habló.

- Señor, ¿se encuentra bien? - preguntó.

Por mucho que lo intenté no pude responder. Tras preguntar varias veces decidió llamar a una ambulancia, lo que seguramente me salvó la vida. Gracias a Dios tenemos policías tan perspicaces en España.

1 comentario:

JuanRa Diablo dijo...

Me encanta cuando fumas cosas raras, Extraño. =DDD