miércoles, 4 de julio de 2012

Lecciones de gogó



Corría el año 2000. Por aquel entonces las acciones no paraban de subir y pretendía invertir en un valor de futuro como lo era Terra, pero necesitaba algo de dinero para empezar a especular ya que después de varios negocios fallidos me había quedado sin un duro. Tras analizar los pros y los contras de intentar seguir cobrando la pensión de mi bisabuelo fallecido hace veinte años, decidí descartar aquella opción e ir a lo seguro: ganarme la vida como gogó. Con mi cuerpazo no sería difícil ganar lo suficiente como para llevar una vida de excesos y que me sobrase dinero para especular y forrarme con las acciones de Terra.
 
Busqué en las páginas amarillas los datos de un gogó de mi ciudad y le esperé en la puerta de su casa.
 
- Buenas tardes - dijo al verme esperando delante de la puerta mientras intentaba apartarme para abrirla.
- Buenas tardes, Jesús López. ¿O debería decir Hércules? - dije achinando los ojos.
- Tío, no tengo ni idea de quién eres, pero aquí en el barrio nadie sabe de mi trabajo nocturno, así que haz el favor de no llamarme así - susurró algo enfadado.
- De acuerdo. Soy El Extraño Desconocido y quiero ser gogó. Quería preguntarte si me puedes enseñar todo lo necesario.
- ¿Cómo? ¿Qué te hace pensar que yo tendría interés en enseñarte a ser gogó? Desaparece de mi vista o te vas a arrepentir de haber venido hasta aquí. - Contestó Jesús posando a lo Balotelli.
- ¡POR FAVOR HÉRCULES TIENES QUE AYUDARME! - grité.
- De acuerdo, de acuerdo, pero no grites, coño.
 
Jesús miró nervioso a su alrededor y, abriendo la puerta apresuradamente, me invitó a pasar.
 
Se trataba de un pisito de unos trescientos metros cuadrados en el centro de Madrid con moderno mobiliario y decorado fastuosamente.
 
- Espera aquí mientras me cambio - dijo Jesús abriendo la puerta de una pequeña sala de espera.
 
A los cinco minutos apareció el verdadero Hércules. Jesús se había untado de aceite y ataviado con unos estrechos pantalones de cuero y una camiseta de rejilla.
 
- Un momento - dije -. Yo he venido a que me enseñes a ser gogó, pero nada más. No sé si me has entendido mal.
- No te preocupes, Extraño Desconocido, yo amo a las mujeres así que no has de temer. Esta simplemente es la vestimenta de gogó que suelo utilizar. Tú necesitarás algo parecido. Sé que es bastante raro, pero las mujeres de hoy en día parecen sentirse atraídas por hombres con pinta de maricón. Si no, mira el éxito de Beckham o Tokio Hotel y piensa en que el increíble Hulk, con toda su brutalidad, no sea un icono sexual. ¿No te parece raro?
- Sí, pero ahora que lo dices creo que llevas la razón. Me temo que esto no va a ser tan fácil como pensaba. Me va a resultar difícil renunciar a mi masculinidad – dije escupiendo una flema contra la pared.
- Uno se acaba acostumbrando, Extraño Desconocido. Además lo de la depilación al principio jode, pero luego te acostumbras a una piel suave e hidratada y no lo cambiarías por nada – Hércules se tocó suavemente la pierna.
- Joder, pues creo que lo de la pluma te lo has tomado en serio, macho. Desde luego, si a las mujeres les gustan maricones estoy seguro de que eres un gogó de éxito – exclamé.
- Venga, déjate ya de prejuicios y vamos a lo que has venido. Tengo una cita dentro de una hora así que he pensado que te pongas esto y te enseñaré los movimientos básicos para que te lances al negocio.
 
El tanga de leopardo me oprimía un tanto los generosos genitales y la camiseta rasgada dejaba al descubierto mi ombligo. Decidí no mirarme al espejo y no pensar demasiado en las pintas que debía tener.
 
- Estás divino, Extraño Desconocido.
- No sé si tomarlo como un cumplido.
- Mira, he preparado una silla, que es lo único que necesitas para la actuación. Siéntate y observa cómo lo hago.
 
Me senté en la silla y comenzó a sonar música disco. Hércules, ataviado ahora con unas gafas de sol y una gorra de marinero, se acercó hacia mí al ritmo de la música y comenzó a contornearse sensualmente a escasos centímetros. Pensé en cómo había acabado en una escena tan sumamente homosexual sin darme cuenta y sentí una repulsión brutal hacia mí mismo, la cual descargué sobre Hércules en forma de derechazo a la mandíbula. De repente y sin haber sido consciente de lo que había sucedido, el muchacho estaba tumbado inconsciente delante de mí.
 
Tras una rápida búsqueda encontré dos mil euros en efectivo, los tomé, dejé una carta dando las gracias por la clase y disculpándome por el puñetazo y abandoné el lugar del delito.
Dos años más tarde mis acciones valían cuarenta euros y opté por venderlas. Menos mal que no me tuve que depilar para poder comprarlas.

1 comentario:

Yyrkoon dijo...

Grande, Extraño, muy grande... amén de un poco marica, pero grande en cualquier caso. :-)