lunes, 30 de julio de 2012

Alegoría de la caverna



De nuevo un extracto de La República, escrita por Platón rondando el año 400 antes de Cristo. La alegoría viene a explicar el rechazo de aquella época hacia los filósofos, argumentando que el saber no puede ser apreciado en una sociedad ignorante. Aquí os lo dejo.

–Y a continuación –seguí– compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza. Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto; y a lo largo del camino suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.


–Ya lo veo –dijo.


–Pues bien, contempla ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.



–¡Qué extraña escena describes –dijo– y qué extraños pioneros!


–Iguales que nosotros –dije–, porque, en primer lugar ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?


–¿Cómo –dijo–, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?


–¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?


–¿Qué otra cosa van a ver?


–Y, si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?


–Forzosamente.


–¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?


–No, ¡por Zeus! –dijo.


–Entonces, no hay duda –dije yo– de que los tales no tendrán por real ninguna 
otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.


–Es enteramente forzoso –dijo.


–Examina, pues –dije–, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados 
de su ignorancia y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de 
ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y 
a mirar a la luz y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, 
no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que 
contestaría si le dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora 
cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza 
de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole 
a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría 
perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que 
entonces se le mostraba?


–Mucho más –dijo.


–Y, si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría que estos son realmente más claros que los que le muestran?


–Así es –dijo.


–Y, si se lo llevaran de allí a la fuerza –dije–, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado y, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?


–No, no sería capaz –dijo–, al menos por el momento.


–Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras, luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la Luna, que el ver de día el Sol y lo que le es propio.


–¿Cómo no?


–Y por último, creo yo, sería el Sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio Sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que él estaría en condiciones de mirar y contemplar.


–Necesariamente –dijo.


–Y, después de esto, colegiría ya con respecto al Sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible y es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.


–Es evidente –dijo– que después de aquello vendría a pensar en eso otro.


–¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?


–Efectivamente.


–Y, si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquel nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente «ser siervo en el campo de cualquier labrador sin caudal» o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?


–Eso es lo que creo yo –dijo–: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.


–Ahora fíjate en esto –dije–: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas como a quien deja súbitamente la luz del sol?


–Ciertamente –dijo.


–Y, si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad –y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse–, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?


–Claro que sí–dijo.

3 comentarios:

X dijo...

Estos pasajes me los sé casi de memoria. Después de tripetir COU, también es normal. xD

He visto que has estado actualizado últimamente. Pensaba que te habíamos perdido para siempre.

El extraño desconocido dijo...

Lo mismo podría decir, amigo! Ya he visto por tus comentarios que te has dado una buena paliza de leerme, espero que estés bien a pesar de ello.

Y tú... cuándo vuelves?

El extraño desconocido dijo...

Vaya, acabo de ver que de hecho ya has vuelto! ahora me paso y te leo